Desde siempre el hombre ha convivido con los animales. Los
ha usado para que le ayuden en su trabajo, para que le defiendan de peligros no
siempre bien conocidos, para hacerle compañía, para proporcionarle alimento y
abrigo, etc. Pero también el hombre ha cuidado y protegido a sus animales,
llegando en muchos casos, a considerarlos parte de su propia familia.
Esta estrecha relación ha hecho también que, desde siempre,
el ser humano esté pendiente de sus características y de la mejor o peor
adecuación de éstos a las necesidades que era preciso cubrir: más y mejor
carne; más grasa; pieles más espesas y resistentes; ferocidad, lealtad o
mansedumbre, etc.
Y, de esta forma, seleccionaba los animales más adecuados a
sus propósitos. Estas mismas observaciones las ha hecho el hombre también en
relación con las plantas que le servían de alimento o cobijo, le proporcionaban
materia prima para construir distintos objetos o alimentaban a sus animales.
Siguiendo estas observaciones, los hombres también
seleccionaban los cultivos que más se ajustaban a la satisfacción de sus
necesidades.
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